DÍA NACIONAL DE LA CONCIENCIA AMBIENTAL

¿Espectadores o parte?: la disyuntiva de los ciudadanos a la hora de cuidar el medio ambiente

Científicos del CONICET reflexionan sobre el rol de las personas y cómo se autoperciben en relación al entorno natural y al resto de las especies


La fecha fue establecida por ley en 1995.

La fecha tiene 25 años y un origen muy triste: la muerte de siete personas por un escape de gas cianhídrico –un compuesto letal resultado de la combinación entre ácido sulfúrico y sales de cianuro– en la localidad bonaerense de Avellaneda ocurrida el 27 de septiembre de 1993. Dos años más tarde, se declaró mediante una ley (24.605) que una forma de convertir la tragedia en aprendizaje era establecer ese aniversario como el Día Nacional de la Conciencia Ambiental. “Lo más importante a tener en cuenta sobre el estudio del medio ambiente es que se trata de una cuestión transdisciplinaria, con lo cual sus respuestas y reflexiones exigen la participación de especialistas de muchas áreas, no solamente de las ciencias naturales sino también de la sociología, la educación y el trabajo social, entre otras”, apunta Guillermo Natale, investigador del CONICET en el Centro de Investigaciones del Medioambiente (CIM, CONICET-UNLP-asociado a CICPBA).

Tras un repaso histórico de algunos hitos en materia medioambiental como el surgimiento de los movimientos ecologistas en los ’60, las primeras cumbres internacionales al respecto a partir de la década siguiente, la aparición del concepto de desarrollo sustentable a mediados de los ’80 y al mismo tiempo la difusión de algunos documentales que instalaron el tema en los medios de comunicación, Natale señala a la contaminación por la basura, el reciclado y el cuidado del agua como “los principales ejes que motorizaron la conciencia ambiental en la ciudadanía, seguidos por las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera”. En este sentido, el experto enfatiza la “explosión” de información asociada al surgimiento de Internet a partir de fines del milenio pasado, lo cual a su vez explica que los discursos alusivos al cuidado del medio ambiente hayan calado más hondo en las generaciones que hoy tienen entre 20 y 30 años.

Para Nora Gómez, investigadora del CONICET y directora del Instituto de Limnología “Dr. Raúl A. Ringuelet” de La Plata (ILPLA, CONICET-UNLP-asociado a CICPBA), y Miriam Maroñas, profesional del organismo en el mismo lugar de trabajo, “se puede reconocer que en general la población viene teniendo otra postura con respecto al ambiente”, aunque esa percepción “está mucho más presente en las personas que viven lejos de los grandes centros urbanos y, por el contrario, se va desdibujando a medida que uno se acerca a las ciudades”. En ese sentido, apuntan a la basura –en particular los residuos plásticos– como un ejemplo de un problema de contaminación con graves consecuencias para los ecosistemas acuáticos claramente identificado por todos, pero que sin embargo no redunda en cambios de hábito concretos, y “basta con recorrer los cursos de agua para advertir lo poco que se hace al respecto”, señalan.

Coincide con esto Natale, y hace referencia a la “pérdida de noción y contacto con la naturaleza” de los habitantes de las “mega ciudades”. Así, opina que “si vivís en el campo o tenés un jardín con un pequeño estanque, no se te cruza la idea de tirar una bolsa o lata de cerveza al agua. Sin embargo, el ritmo de una gran avenida llena de tránsito hace que quizá la misma acción en ese escenario no parezca tan grave, porque además cuanto más degradado vemos un lugar, más lo maltratamos”. En alusión precisamente al concepto de transdisciplinariedad, el científico subraya que “los que nos dedicamos a estudiar estas problemáticas entendemos que todos los ecosistemas funcionan en armonía como una unidad y nuestras investigaciones apuntan no solo a conservar los recursos, renovables y no renovables, sino también los ambientes y los procesos que en ellos ocurren de manera interregulada. Inmersos en un núcleo urbano denso y con rutinas sociales complejas, es difícil tener presente esa interrelación; de dónde vienen y hacia dónde van las cosas que consumimos y desechamos, o qué consecuencias tienen en el medio, por ejemplo”.

Así como el nivel de discernimiento aumenta en la población a medida que se aleja de los grandes centros urbanos, los especialistas subrayan que lo mismo sucede conforme baja la edad de los habitantes, al punto de que “hoy es raro que un niño o niña no le diga nada a sus padres si los ve tirando papeles en la calle”, menciona Natale. “Sin dudas el gran cambio de mirada de la problemática ambiental se debe generar a partir de la educación, incluyendo los distintos niveles y los hogares, estableciendo flujos multidireccionales y transgeneracionales de información, es decir de los educadores a los educandos y llegando a hijos, adultos, abuelos, siempre con un fuerte compromiso en interpretar los problemas correctamente e incentivando a adoptar otras conductas”, considera Gómez. El ILPLA, cabe mencionar, es un espacio acostumbrado a recibir contingentes escolares o visitar colegios y con larga trayectoria en actividades de divulgación de la mano del equipo de extensión “Exploracuátic@s”, surgido en 2015.

Desde esa experiencia, Maroñas da cuenta de la presencia del cuidado del ambiente en la currícula escolar a nivel local con un abordaje del tema desde las primeras salas de jardín de infantes, y asimismo destaca el trabajo en educación ambiental que los extensionistas del ILPLA llevan adelante, además, en barrios de la periferia platense. “Los vecinos que han participado van incorporando una mirada distinta que también los acerca a comprender no solo la complejidad del medio sino también cuán vulnerables son a las acciones de contaminación que realizan las personas. Sabemos que los niños tienen una gran capacidad de apropiarse de todas aquellas cuestiones en las que sienten que se los involucra como participantes activos y nosotros nos valemos de ese interés para que sean ellos quienes transmitan a la propia comunidad lo aprendido acerca del arroyo o el cuerpo de agua que tienen en el entorno en el que viven”.

Mensajes eco-friendly

Gómez opina que los cambios de hábito tendientes a mejorar el ambiente deberían venir de la mano de la educación, y también “con tiempo para internalizarlo”, porque “de lo contario pueden llevar a enmascarar los problemas existentes o, peor, a profundizarlos”, a propósito de los mensajes y productos amigables con la naturaleza o eco-friendly que inundan los medios de comunicación desde hace algunos años. “¿Cuántos de nosotros leemos cómo están compuesto los artículos que usamos cotidianamente, o si son biodegradables? Cabe también cuestionarnos si somos capaces de generar menos residuos mediante la reutilización, la reparación o la reducción”, puntualiza la investigadora, y añade: “A nivel de gestión también podríamos preguntarnos si se planifica pensando en reemplazar la infraestructura gris por la verde. Basta con advertir la pérdida de humedales, el avance de la urbanización, o el aumento de prácticas agrícolas poco o nada sustentables para entender que hay que cambiar el enfoque antropocéntrico sobre los problemas ambientales hacia otro que incluya a la naturaleza”.

Para Natale, las variaciones en los procesos de producción o en los usos de ciertos productos efectivamente se están incorporando, aunque admite ignorar si realmente responden a un verdadero compromiso empresarial o “si se trata de la ventaja en términos de ventas que vislumbran las marcas al ubicarse del lado sustentable y amigable con la ecología, una filosofía que pregonan movimientos mayormente representados por jóvenes de todo el mundo”. No obstante esta cuestión, el científico reconoce que al fin de cuentas lo importante es que los cambios se terminan incorporando. “Para generar una modificación es necesario no quedarnos con conductas aisladas o de moda sino generar una transformación profunda que involucre a la sociedad en su conjunto, concientizando a los gestores y a los que producen y consumen bienes y servicios”, agrega Gómez.

Para finalizar, los científicos enfatizan la necesidad de que todas las personas se perciban a sí mismas en tanto un componente más del medio ambiente en términos generales como un paso fundamental para adoptar una actitud más saludable. “Aún no está instalado el significado de que somos nosotros los que perdemos con acciones inadecuadas, en el sentido de que no somos espectadores de la naturaleza sino que formamos parte de ella”, acentúa Gómez. A esto, Natale agrega que “los seres humanos estamos dentro del ecosistema, somos un eslabón más del funcionamiento de sus ciclos naturales, y él es el que nos contiene. Cuando entendamos eso, va a ser mucho más fácil cuidarlo y vivir en armonía, mejorando significativamente nuestra calidad de vida”.

Por Mercedes Benialgo

 Sobre investigación:

 Guillermo S. Natale. Investigador independiente. CIM.

Nora Gómez. Investigadora principal. ILPLA.

Miriam E. Maroñas. Profesional principal. ILPLA.