INIFTA, CONICET-UNLP

Un instituto del CONICET La Plata puso en marcha la separación de residuos en colaboración con cooperativas locales

Su personal se organizó para clasificar los desechos de manera eficiente y al mismo tiempo ayudar a familias vulnerables


Sets de tachos en distintos puntos del INIFTA. FOTOS: Gentileza investigadores.
Botellas y plásticos en otro de los contenedores.
Recicladores de las cooperativas pasan a retirar los papeles y cartones.

Si bien la pandemia por COVID-19 y las consecuentes medidas de aislamiento y distanciamiento social en el país demoraron su puesta en marcha, la iniciativa “Cuidado del medio ambiente con inclusión social” ya funciona entre el personal del Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (INIFTA, CONICET-UNLP) que sigue realizando tareas presenciales en el edificio ubicado en diagonal 113 y 64. Se trata de un proyecto de extensión presentado en febrero de 2020 a la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), y que aspira a extenderse al resto de los espacios de investigación y facultades que hay en esa zona de la ciudad.

“Dado que en ese momento justo comenzó la cuarentena estricta, el proyecto arrancó, pero de manera muy acotada con las pocas personas que, por las características de su tarea, seguían asistiendo a los laboratorios. Aunque al principio nos frustramos bastante, ahora que podemos ver que está funcionando, nos damos cuenta de que empezar con un personal mínimo sirvió a modo de prueba piloto”, cuenta María Ana Huergo, investigadora del CONICET y una de las responsables de la propuesta. En articulación con cooperativas nucleadas en la organización social Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), el objetivo principal es reducir la contaminación y colaborar con el reciclado y la reutilización de la mal llamada basura.

“La separación de residuos es un paso decisivo porque el problema principal es la mezcla entre desechos húmedos y secos; todo aquello que se podría volver a aprovechar se echa a perder por el solo hecho de mezclarlo con yerba y restos de alimentos”, grafica Huergo, a la vez que afirma que lo que más tiempo lleva es la concientización y el cambio de hábito de las personas. En rigor, la única inversión necesaria para dar comienzo al proyecto fue la compra de doce juegos de cestos de distintos colores para disponer en diferentes puntos del instituto, y dos contenedores de 1 metro cúbico instalados en el exterior. Tachos negros pequeños para los desechos orgánicos –que terminan siendo muy pocos una vez que se los aparta del resto–; otros azules para papeles y cartones; y amarillos para plásticos y metales.

Una vez que esos recipientes se llenan, se vuelcan en los contenedores de afuera y entonces comienza la segunda parte del proyecto de la mano de las cooperativas de reciclado que pasan a buscar papeles, cartones, botellas o envases para vender por peso. A su vez, existe otro gran grupo de plásticos denominados “de único uso”, que conforman el 90 por ciento de este tipo de residuos, como los cubiertos y vasos descartables, paquetes de galletitas o golosinas, blíster de medicamentos, entre otros. Dado que no se pueden reutilizar, su destino es convertirse en mobiliario urbano bajo la forma de “madera plástica”, un material para la construcción que se obtiene de la fusión de esos elementos.

Los encargados de ese proceso son los integrantes de “La REevolución del plástico LP”, un proyecto platense surgido hace pocos meses destinado a recuperar estos desechos y transformarlos en materia prima para construir juegos y bancos de plaza, sillas, mesas y otros elementos que se donarán a comedores populares y escuelas. Además de ser 100 por ciento reciclado, este material resulta ideal para exteriores porque resiste la humedad, al tiempo que contribuye con la ecología ya que evita la tala de árboles. “El horizonte ideal sería que entren al circuito comercial”, apunta Huergo. Vale mencionar que el telgopor y el látex de los globos quedan afuera de este circuito porque la máquina utilizada para la fusión no puede recuperarlos. En el futuro, la idea es asociarse con alguna institución que pueda transformarlos en aislantes térmicos o sonoros, algo que conlleva un procedimiento más complejo, aunque no imposible.

Por último, a los desechos orgánicos también les espera una disposición final lejos del entierro sanitario: se almacenarán en un tercer contenedor en el exterior para formar compost que luego se utilizará para abonar el jardín y las plantas que rodean al INIFTA. Además de los restos de comida y yerba, se volcará allí el pasto cortado de todo el predio. “Es un circuito cerrado en el que solo hay ganancia: con una pequeña inversión se reduce el volumen de basura y, por ende, también la contaminación; se recuperan materiale s con los que se fabrican muebles para donar; se genera abono orgánico gratuito; y, encima, contribuimos con los ingresos económicos de un montón de personas. La idea a partir de ahora es ir contagiando la propuesta en los centros e institutos aledaños”, concluye Huergo.

Por Mercedes Benialgo

Responsables del proyecto de extensión:

María Ana C. Huergo. Investigadora adjunta. INIFTA.

Claudio M. Marani. Profesional adjunto. INIFTA.

Tamara G. Oberti. Investigadora adjunta. INIFTA.

Gustavo T. Ruiz. Investigador independiente. INIFTA.