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DÍA DEL RESPETO A LA DIVERSIDAD CULTURAL
Los albañiles de la colonia: una mirada sobre la arquitectura de las primeras capitales argentinas
Un proyecto encabezado por una arqueóloga del CONICET indaga sobre las tradiciones y prácticas de construcción de quienes levantaron los grandes centros urbanos del siglo XVI
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Las primeras ciudades argentinas del centro al norte del territorio, luego convertidas en las actuales capitales provinciales, fueron fundadas en un breve lapso de 25 a 30 años posterior al comienzo del denominado período colonial, que en nuestro país duró desde principios del siglo XVI hasta 1810. Si bien no queda ningún edificio en pie que date del primer siglo de aquella etapa, el cruce de datos provenientes del registro documental (actas de cabildos, datos censales, crónicas de la época) con otras evidencias arqueológicas, permite echar luz sobre cómo fue ese proceso de construcción, cuáles eran las prácticas de la arquitectura de entonces, y quiénes fueron los obreros que levantaron aquellas estructuras iniciales.
En esa búsqueda está orientado un grupo de investigación compuesto por arqueólogos, arquitectos e historiadores coordinado por la investigadora del CONICET Ana Igareta, cuyo trabajo apunta a visibilizar quiénes fueron los albañiles de la colonia. “Se trata de un momento histórico que se destaca por la heterogeneidad en el origen de sus actores sociales, de sus prácticas y costumbres, y nos habla de una diversidad que está en las raíces mismas del territorio que hoy llamamos Argentina”, reflexiona la experta, quien se desempeña en el Instituto de Historia, Teoría y Praxis de la Arquitectura y la Ciudad (HITEPAC) que funciona en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata (FAU, UNLP).
A lo largo de los últimos dos años y de la mano del proyecto de mayor duración denominado “Ciudades que ya no están. Arqueología del período colonial temprano”, los expertos recorrieron Catamarca, San Juan y Santiago del Estero, provincias cuyos núcleos urbanos surgieron luego del ingreso de los conquistadores ibéricos a mediados del siglo XVI con la denominada “Corriente del Norte” encabezada por Diego de Rojas. Allí indagaron sobre distintos aspectos relacionados con la vida doméstica urbana de la época, orientados ahora a la recuperación de la historia de quienes erigieron los primeros edificios en esos sitios.
“La llegada de los conquistadores se dio en un contexto complejo de fuerte conflictividad, ya que las diversas poblaciones que por entonces habitaban estos territorios lucharon por defenderlos. Los grupos que arribaron desde lo que hoy se conoce como Chile y Perú, eran también bastante heterogéneos, porque no solo venían integrados por soldados sino además por civiles de variadas procedencias, indígenas de distintas regiones y esclavos de múltiples orígenes”, cuenta la experta, y agrega: “Para asentarse en estos lugares, todos tuvieron que construir sus viviendas y la diversidad de procedencias generó una situación muy particular para el desarrollo urbano. No todos los conquistadores provenían de la misma región de la península ibérica, ni todos los ibéricos eran conquistadores, ni los esclavos de la misma región africana, ni todas las culturas locales respondían a iguales criterios. Entonces, a partir de eso nos preguntamos: ¿Cómo accionaba esa mano de obra? ¿De qué manera se comunicaban estas personas entre sí? ¿Cómo esos individuos que trabajaban juntos, voluntaria o involuntariamente, se ponían de acuerdo para construir un objeto tan complejo como el más sencillo de los edificios?”.
Una de las dificultades con las que tuvo que lidiar el equipo es que, según cuenta Igareta, el período colonial en nuestro país “todavía está relativamente poco estudiado desde la evidencia material, y su arquitectura, sobre todo la doméstica, posee escasa visibilidad arqueológica”. En esa línea, describe que “los argentinos en cierta forma hemos ido construyendo y creyendo un relato simplificado del pasado colonial que no necesariamente responde a la realidad material de ese pasado. En particular sobre la arquitectura de la época, ya que si bien quedan en pie algunos edificios como iglesias o cabildos del siglo XVII y más del XVIII, están muy intervenidos y modificados”. Por eso, el hilo del que comenzaron a tirar para reconstruir esa etapa histórica es el registro documental, usando desde actas capitulares de cabildos y datos de censos hasta documentos de litigios legales entre familias por sus herencias, para luego unirlo con la evidencia arqueológica.
“Nuestros primeros resultados muestran una gran variedad de actores sociales involucrados en ese proceso como albañiles, no solo indígenas como se pensó en algún momento, y además que cada grupo aportó conocimientos y prácticas constructivas que traía como herencia desde sus lugares de origen. Esto discute también lo que durante un tiempo se pensó sobre que la arquitectura colonial era una reproducción a pequeña escala de lo europeo o la continuidad de las tradiciones indígenas con algunos agregados. En realidad, lo que se ve es algo muy distinto: una articulación cultural compleja basada en la heterogeneidad de los antecedentes de los distintos grupos de individuos. Y el resultado es algo muy específico a nivel regional, y novedoso”, destaca.
Entre los ejemplos que cita la investigadora está la diversidad de sistemas utilizados, ya que si bien algunos grupos coincidían en el uso de la tierra cruda, le daban originalmente distinto tratamiento: en África y Europa se utilizaba la técnica de tapial, mientras que en América se había desarrollado la de mampuestos de adobe. Otros coincidían en una formación más relacionada con materiales duros, como los grupos andinos que traían toda una tradición en la construcción a base de piedra, al igual que muchos de los castellanos, pero diferían en los modos y usos. “En este cruce que se dio en el comienzo del período colonial, surgieron nuevas formas locales de hacer arquitectura y el resultado parece haber sido una materialidad que fue evolucionando con rasgos propios, generando la aparición de ciertos elementos que ahora forman parte del paisaje urbano contemporáneo y cuyo origen apenas empezamos a pensar”, subraya.
En el marco del Día del Respeto a la Diversidad Cultural que se conmemora cada 12 de octubre, Igareta reflexiona: “La investigación arqueológica en nuestro país está haciendo un esfuerzo importante para superar algunas ideas muy simplistas que aún persisten sobre cómo fue el período colonial y por entenderlo como un momento de matices y complejidades. Entre los pobres de aquella época hubo también, además de indígenas y africanos y sus descendientes, criollos y muchos ibéricos que habían llegado por hambre y que no participaron de las ganancias de la conquista. Estudiar ese período nos permite ver que la diversidad es lo que somos y fuimos siempre, incluso desde antes de la colonia. Que nuestra identidad se basa en tener múltiples orígenes que nos construyeron como una sociedad que es muchas cosas al mismo tiempo”.
Por Marcelo Gisande.
Sobre investigación:
Ana Igareta. Investigadora asistente. FAU, UNLP.