PROYECTO DEL INSTITUTO ANTÁRTICO ARGENTINO

Expertos del CONICET describen el reptil marino más grande de su familia en el mundo

Medía 11 metros y habitó la Antártida hasta la gran extinción de hace 66 millones de años. Su hallazgo indicaría que ese evento habría sido acelerado


José Patricio O'Gorman. Fotos: CONICET y gentileza investigador.
José Patricio O'Gorman. Fotos: CONICET y gentileza investigador.
José Patricio O'Gorman. Fotos: CONICET y gentileza investigador.

La Antártida es, a la vez, un territorio inhóspito por sus condiciones climáticas y una fuente inagotable de invaluable información acerca de cómo era nuestro planeta millones de años atrás. Consagrado a la exploración científica gracias a un tratado internacional suscripto a mediados del siglo XX y hoy reconocido por Argentina y otras 47 naciones, el denominado continente blanco vuelve a ser el centro de la atención a partir del hallazgo de un gigantesco elasmosáurido, un tipo de reptil marino que habitó los mares antárticos hasta hace unos 66 millones de años y que se constituye en el más grande de esa familia a nivel mundial y uno de los más grandes del orden de los plesiosaurios. La novedad aporta pistas acerca de la manera en la que estos animales capturaban a sus presas e indicaría que la gran extinción de fines del Cretácico –que acabó con gran parte de la fauna, por ejemplo con los dinosaurios– habría sido un proceso acelerado. Los responsables del trabajo son investigadores del CONICET y el Instituto Antártico Argentino (IAA, DNA) –que organiza la actividad científica en ese territorio– y acaban de publicar sus conclusiones en la revista Cretaceous Research.

El ejemplar de 11 metros de largo y un peso estimado en 12 toneladas fue hallado en la formación sedimentaria López de Bertodano, ubicada en la Isla Marambio, al este de la Península Antártica, en el marco de las campañas de verano que el IAA realiza año a año desde hace décadas. Las primeras muestras de su estructura ósea fueron recuperadas en 1989 y se terminó de completar buena parte de su esqueleto en 2017.

“Pertenece a un aristonectino, un género que se diferencia del resto de los elasmosáuridos por las características de su cuello”, destaca José Patricio O’Gorman, investigador del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) y primer autor del trabajo. “Mientras que estos últimos presentaban cuellos muy largos, finos y flexibles con hasta 72 vértebras que terminaban en pequeños cráneos, los aristonectinos como el que encontramos lo tenían más corto y ancho, con una cabeza más grande”, describe.

Según el investigador, esa característica morfológica estaba emparentada con la adaptación que fueron haciendo estos animales hacia nuevas formas de obtener su alimento, acordes a su dimensión corporal. “El cuello alargado de los elasmosáuridos les permitía alejar el punto de captura, es decir separar la cabeza del resto del cuerpo de manera que sus presas no detectaran su cercanía. Los aristonectinos no tenían esa ventaja. Lo que uno supone es que éstos no cazaban presas individuales sino que desarrollaron un método como el que millones de años después comenzaron a utilizar las ballenas: abriendo la boca y acaparando en gran cantidad. El cuello ancho les garantizaba la suficiente rigidez para contrarrestar la resistencia del agua en el momento de la apertura de las mandíbulas y se valían de una gran hilera de dientes que en el resto de los elasmosáuridos no están”, comenta.

Otro dato de singular interés tiene que ver con el lugar en el que fue hallado. La formación López de Bertodano arroja una fotografía exacta de aquellos tiempos, ya que en ella afloran con claridad las distintas capas de sedimentos que representan las sucesivas etapas geológicas. En particular, se exhibe el denominado límite K/Pg, o límite Cretácico-Paleógeno, que marca el momento preciso de aquella gran extinción. El ejemplar fue encontrado a una corta distancia física de ese mojón histórico, a menos de 2 metros y medio. “Esa medida, puesta en relación con las tasas de sedimentación, refiere a unas pocas decenas de miles de años antes de la extinción masiva, lo que en tiempos geológicos es un lapso realmente corto”, destaca el investigador.

La teoría clásica atribuye la extinción de fines del Cretácico a la caída de un meteorito en la península de Yucatán, en el actual territorio de México, pero no está claro qué tan inmediato fue ese evento. “Uno puede plantear el interrogante acerca de si fue un suceso instantáneo o si hubo una eliminación progresiva de la fauna debido a que el ecosistema por algún motivo se estresó. La presencia de este animal tan cerca del límite K/Pg nos indica un modelo rápido. Era un organismo muy pesado, que necesitaba alimentarse de los invertebrados ubicados en la base de la pirámide trófica para asegurar la producción primaria de energía que requería sostener una masa corporal enorme, y lo tenemos ahí en el borde mismo del límite. Podemos decir que el ecosistema venía funcionando normalmente hasta el momento en que ocurrió la extinción”, cierra el experto.

Por Marcelo Gisande.

Sobre investigación:

José Patricio O’ Gorman. Investigador. FCNyM.

Marcelo Reguero. Profesional principal. FCNyM.

Sergio Santillana. Coordinador científico. IAA-DNA.

Rodrigo Otero. Investigador. Universidad Nacional de Santiago, Chile.