CICLO DE ENTREVISTAS CONICET

“Es importante que se reconozca a las Ciencias Humanas y a la filosofía, en particular"

Silvia Manzo fue reconocida por el Ministerio de Ciencia con el Premio Houssay  por su investigación sobre el pensamiento de Francis Bacon


La doctora Silvia Manzo. Fotos: Gentileza Prensa UNLP.

Silvia Manzo es investigadora independiente del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS, CONICET – UNLP). El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación la galardonó con el Premio Houssay en el área de las Ciencias Humanas, por sus investigaciones sobre el pensamiento del filósofo inglés Francis Bacon.

En esta entrevista, destaca la importancia de la distinción, como reconocimiento a la labor personal pero también como estímulo a las Ciencias Humanas y a la filosofía, en particular, “porque suelen tener menos impacto y visibilidad que las disciplinas del guardapolvo blanco, las de mayor estrellato”.

¿Qué sensaciones le genera haber recibido el Premio Houssay?

Para mí es una gran satisfacción. Cuando la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP me postuló, me alegré por haber sido elegida pero la verdad es que no me lo esperaba. Porque mi disciplina, la filosofía, en términos cuantitativos es bastante menor comparada con otras ciencias humanas, como la historia o la antropología que también formaban parte de la convocatoria al premio. Somos menos los que nos dedicamos a esto y lo que hacemos no tiene tanta repercusión en la opinión pública. Así que obviamente fue una muy buena sorpresa recibirlo, es un respaldo importante para mi carrera cotidiana, significa un lindo reconocimiento en términos institucionales porque me propuso la institución en la que me formé, trabajo y de la que me siento  parte como docente, ex alumna, investigadora y miembro de equipos de gestión.

¿Qué significado tiene específicamente para su disciplina?

Es una buena noticia. Yo me dedico a hacer historia de la filosofía. Muchas veces pasa que los resultados de estas investigaciones no tienen un impacto inmediato y directo sobre los temas de la agenda social, política e incluso científica y tecnológica. Eso no implica que no tengan valor.  Nuestra disciplina nos permite entender cómo el hombre se pensó a sí mismo y fue reconociendo e interpretando la realidad, la naturaleza y la sociedad a lo largo de los siglos. Este conocimiento del pasado nos da herramientas para repensar críticamente esas mismas cosas en el presente y tomar decisiones encaminadas a la acción. El saber filosófico siempre fue abstracto, con una carga teórica fuerte. La traducción de ese pensamiento para que llegue a hacerse visible y concreto, a encarnarse en hechos, supone un proceso largo y complejo en el que a veces ni siquiera intervienen los filósofos que lo iniciaron de algún modo. Me parece muy importante que se reconozca a las Ciencias Humanas, en general, y a la filosofía, en particular.

¿Este premio les dará otra visibilidad?

Seguramente, y por eso lo celebro. No solamente se deben reconocer a las ciencias del guardapolvo blanco, las de mayor estrellato. Nosotros también somos científicos, a nuestra manera. Es otra forma de saber, igualmente necesaria. Alguno se preguntará por qué el Estado tiene que financiar una investigación en un área como ésta. Yo creo que debe hacerlo. Tal vez no prioritariamente, y en ese punto creo que las definiciones de política científica en el país son de las más acertadas, ya que la sociedad tiene necesidades concretas y más urgentes. Pero no es pertinente por ello ignorar o eliminar las disciplinas que investigan temas que hacen a la condición humana misma, que atraviesan a los hombres en su relación con los demás y la propia naturaleza.

¿La filosofía fue quizás la madre de todas las ciencias?

Muchas disciplinas en algún momento fueron parte de la filosofía. Por ejemplo, la biología o la física en la Grecia antigua se enmarcaban en ella. Algunas se autonomizaron y la fisonomía de nuestra disciplina fue cambiando en paralelo a estos procesos de transformación. Es uno de los temas que a mí particularmente me interesa estudiar, cómo se fueron constituyendo esas ramas independientes y las distintas jerarquías epistemológicas. Hoy hay ciencias que parecen las triunfadoras y otras que están peleando con hacerse un lugar en el sistema científico y universitario. Estos reacomodamientos no son una novedad de nuestro tiempo. Han ocurrido en otros momentos de la historia. Es una cuestión bastante compleja, porque obviamente no se trata simplemente de tensiones entre espacios de saber sino también de poder.

¿Cómo se constituyó su recorrido científico?

En términos generales, mi formación se concentró en la historia de la filosofía. Cuando comencé como becaria e hice mi licenciatura me dediqué al período de la transición Renacimiento – Modernidad, en lo que se conoce como filosofía natural. Desde ese momento me centré  en la obra de Francis Bacon, un filósofo, jurista y político inglés, que vivió en esa época. De hecho, fue el tema de mi tesis de doctorado. Luego apunté a otras cuestiones más generales, como la causalidad, certeza y probabilidad en diversos autores.  Pero siempre volví al pensamiento de Bacon y este reconocimiento viene por ahí.

¿En qué se encuentra trabajando actualmente?

La ciencia actual se plantea como objetivo dar cuenta de leyes universales que ordenan la naturaleza. Ese ideal surgió en la Modernidad y en el presente se investiga cómo y por qué a partir de allí ese concepto comenzó a ocupar un lugar tan central en la manera de entender el mundo por parte de los científicos. Sobre eso trata mi proyecto en curso. Por otro lado, me fui interesando cada vez más por la cuestión de la historia como problema: el relato histórico, cómo se escribe, de qué manera lo concebían en esa época que estudié y también en nuestro propio quehacer como historiadores de la actualidad. Esto abarca cuestiones de la historiografía de la filosofía.

¿Qué evaluación puede hacer respecto del momento de la ciencia en el país?

Cuando hice el doctorado en los años ‘90, la infraestructura que teníamos era escasa y había muy poco aliciente para la investigación. Al momento de realizar mi primera estadía de trabajo en Alemania, me deslumbraron las condiciones de las que disponían mis colegas. Pero nunca tomé la decisión de radicarme en el exterior por diversos motivos. Yo me formé en escuelas públicas, en una universidad del Estado, vengo de una familia sin ninguna tradición universitaria, de padres inmigrantes italianos que no terminaron la primaria y sin embargo pudieron mandar a sus hijos a estudiar. Tuve el privilegio de terminar mi carrera con becas del CONICET y de la UNLP. Irme hubiese sido como quedarme con todo lo que me dieron y no poder devolver nada a mi país. La situación cambió profundamente, hoy en día existe una política científica, un sentido y un para qué. No digo que todo funcione a la perfección, pero hay una decisión de ir en ese sentido y ese paso es fundamental.

¿En este contexto, el premio tiene un valor superior?

Sin duda, en este marco este tipo de reconocimientos es mucho más valioso. Si 20 años atrás nos daban un diploma y una medalla, hubiese sido lindo también pero hoy tiene otro sentido, porque hay una política que está dándole prioridad a la ciencia. Con aspectos por mejorar, pero hubo cambios que celebro profundamente.

La doctora Silvia Manzo es investigadora independiente del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS, CONICET – UNLP), profesora y licenciada en Filosofía de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y doctora en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Por Marcelo Gisande