CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES

Un estudio del CONICET La Plata detecta la dinámica de ingesta de microplásticos en aves migratorias

Se trata de un trabajo en colaboración con el ministerio de Ambiente bonaerense en el que se detectaron, mediante técnicas poco invasivas, evidencias de este tipo de contaminación transferidas entre especies a través de la cadena alimenticia


Bandadas del gaviotín golondrina. Llegan cada año al hemisferio Sur durante su época no reproductiva. FOTO: Gentileza investigadores/as.
Micaela Carrillo y Andrés Ibañez trabajan en el Museo de La Plata. FOTOS: CONICET Fotografía/Rayelen Baridon.
De izq. a der.: Diego Archuby, Andrés Ibañez, Diego Montalti y Micaela Carrillo.
Parte del equipo durante su trabajo de campo.
Las muestras se obtienen a partir de las capturas de individuos que hace el personal de las reservas naturales para sus propios estudios de conservación.
Equipo completo: Diego Archuby, Andrés Ibañez, Facundo Palacio, Diego Montalti, Lara Morales, Nadia Haidr y Micaela Carrillo.

No solo confirma la existencia de microplásticos –partículas menores a 5 milímetros de tamaño provenientes de la degradación de plásticos utilizados en distintas industrias– en el interior de una especie de ave migratoria, sino que es una de las primeras investigaciones en evidenciar la dinámica de transferencia de estos contaminantes de un animal a otro a través de la cadena alimentaria. Es lo que puede afirmarse de un reciente estudio científico publicado en la revista Environmental Pollutiony llevado adelante por especialistas del CONICET La Plata junto con el Ministerio de Ambiente de la Provincia de Buenos Aires (MAPBA) y guardaparques de las Reservas Naturales Bahía de Samborombón, Rincón de Ajó y Laguna Salada Grande, todas parte de un mismo sistema de humedales. El trabajo se llevó adelante en Punta Rasa, un lugar ubicado a diez kilómetros de San Clemente del Tuyú catalogado como sitio RAMSAR, una denominación internacional que destaca su importancia en la conservación de aves.

La especie protagonista es el gaviotín golondrina, cuyo nombre científico es Sterna hirundo, un ave marina migratoria de color gris claro con blanco, y negro en la parte superior de la cabeza. Dueño de una distribución geográfica muy amplia, se reproduce en zonas costeras de Estados Unidos y Canadá y pasa su época no reproductiva, entre noviembre y abril, en el hemisferio sur. “Nuestras investigaciones se centran en el estudio del impacto antrópico sobre las aves, es decir las actividades generadas por el ser humano que puedan afectar la ecología, fisiología y salud de estos animales”, explica Micaela Carrillo, becaria del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) y primera autora de la publicación.

“A diferencia de otros estudios basados en el contenido estomacal de animales muertos, en este trabajo analizamos el regurgitado espontáneo de gaviotines capturados en el marco de proyectos de monitoreo y conservación de las propias reservas naturales, con lo cual es un método poco invasivo”, detallan Andrés Ibañez y Diego Montalti, investigadores del CONICET en la FCNyM, directores del proyecto de investigación y autores de la publicación. “Es un mecanismo de defensa natural de las aves; liberar el contenido del estómago una vez que quedan dentro de la red para estar más livianas y poder escapar. Se las mantiene en observación durante unas horas y luego son nuevamente puestas en libertad”, añaden los expertos. Es en ese retorno del alimento que el equipo concentró la búsqueda de partículas plásticas.

El menú principal del gaviotín en esta parte del mundo es la anchoíta argentina, un pez pequeño y alargado perteneciente a la familia Engraulidae. Como la captura se produce cuando las bandadas regresan de alimentarse en el mar, el regurgitado los devuelve casi intactos, y es el tracto digestivo de esta presa el que el equipo de especialistas sometió a análisis. “Nuestra muestra fue de 120 anchoítas, de las cuales 49 contenían microplásticos”, apunta Carrillo y aclara: “Este porcentaje es tan solo un piso: podemos asegurar que, como mínimo, casi el 41 por ciento de los regurgitados tenían partículas de plástico, pero eso no significa que el resto no los contenga. De hecho, lo más probable es que haya nanoplásticos, partículas mucho más pequeñas que con las técnicas que empleamos no es posible detectar”.

Dentro del grupo de contaminantes conocidos como “emergentes”, los microplásticos son partículas provenientes de la degradación de artículos textiles, cosméticos, de packaging y de muchas otras industrias que, aunque están presentes en la naturaleza desde hace cientos de años, la preocupación por su posible impacto sobre los ambientes y seres vivos es más reciente: data apenas de algunas décadas. Hoy, los estudios científicos sobre los efectos en la fauna y las dinámicas biológicas de diversos hábitats se extienden alrededor del mundo y, en tal sentido, la nueva investigación va un paso más allá e indaga no solo en los niveles de estos diminutos residuos en el organismo del gaviotín, sino también en la dinámica de ingesta, es decir cómo se incorporan y transfieren a distintas especies de la cadena trófica a medida que se alimentan de presas contaminadas, acumulándose en los niveles superiores.

El resultado obtenido es un promedio establecido teniendo en cuenta diferentes parámetros, pero el estudio hace referencia a las variaciones en la abundancia de partículas halladas de acuerdo al momento de la temporada. “En las reservas naturales realizamos una captura por mes, repartida en el transcurso de uno a tres días, que da un total de 60 a 80 individuos”, cuentan Melina Lunardelli y Gabriel Castresana, guardaparques a cargo de las áreas naturales protegidas de la Bahía de Samborombón, adonde llegan cada año las bandadas del gaviotín. “Mientras que en todos los meses se encontró una media de un microplástico por anchoíta, en diciembre ese número aumentó a dos”, explica Carrillo, y añade que esa diferencia está estrictamente relacionada con el sitio en que se alimentan.

“A lo largo de la temporada estival la anchoíta va cambiando de hábitat: en estado de larva o juvenil vive en el estuario del Río de la Plata, un ecosistema costero semicerrado en que las aguas dulces se mezclan con las saladas y, a medida que crece, se va trasladando mar adentro, alejándose de la costa”, explica Ibañez. En el mismo sentido –sigue el experto– “el gaviotín también sigue esas distintas zonas de alimentación, y lo que observamos es que el mayor volumen de microplásticos aparece en los regurgitados de diciembre, cuando las presas están en el estuario, un área mundialmente caracterizada por una mayor acumulación de microplásticos debido a su cercanía con grandes ciudades”. El polietileno y el celofán, utilizados en la fabricación de bolsas y envoltorios, encabezan la lista de partículas plásticas halladas en las muestras analizadas.

¿Y cuáles son los efectos de su ingesta? Si bien en este caso harían falta nuevos estudios específicos de seguimiento a largo plazo de los individuos, en base a otros trabajos científicos se sabe que la acumulación de microplásticos en el organismos afecta el metabolismo, así como el sistema inmune, lo que a su vez puede derivar en cambios en la fisiología, peso y condición corporal del animal y, de manera indirecta, también en el comportamiento. “Hay antecedentes que indican que puede repercutir en procesos importantes del ciclo de vida de las aves como la muda de su plumaje, provocando un retraso previo al éxodo reproductivo y hacer que, por ejemplo, no lo cambien por completo antes de emigrar a regiones más frías”, apunta Carrillo. La preocupación excede a las posibles consecuencias a nivel de salud de la fauna y el hábitat natural: los estuarios son zonas de pesca, con lo cual el impacto sobre el consumo humano también queda bajo la lupa.

Esta investigación no es la primera que se lleva adelante de manera conjunta entre distintas instituciones científicas y gubernamentales: el equipo se conformó en 2016 y viene trabajando desde entonces. Sus integrantes destacan la sinergia lograda entre todas las partes, como así también el aprovechamiento máximo de los recursos y oportunidades que aparecen. “Las muestras utilizadas para este trabajo son producto de las capturas que el personal de las reservas realiza periódicamente en el marco de sus propios proyectos de monitoreo de bandadas, uso de hábitat y cuestiones sanitarias, entre otras”, explica Diego Archuby, otro de los responsables del proyecto en el MAPBA. La información que se genera –continúa– “es un aporte muy valioso para el área, porque arroja nuevo conocimiento para fortalecer el manejo de un área protegida de enorme importancia y de sus zonas de influencia”.

M.S. Carrillo, D.I. Archuby, M. Lunardelli, G. Castresana, D. Montalti, A.E. Ibañez, Dynamics of microplastic transfer through the food web in a migratory seabird, Environmental Pollution, Volume 383, 2025. https://doi.org/10.1016/j.envpol.2025.126784.

Por Mercedes Benialgo