CEPAVE, CONICET - UNLP

Un proyecto busca generar conciencia ecológica y calidad de vida en barrios de la región

Científicos del CONICET realizaron una serie de talleres en escuelas secundarias de El Carmen para motivar a los jóvenes a mejorar su hábitat


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“Yo vivo en el barrio y puedo ayudar a que mejore. Mi compromiso es hacer algo, por más chiquito que sea, para cambiarlo. Creo que esa idea es lo más importante que le queda a los chicos”, fue la reflexión de Soledad Arpone, directora de la Escuela Secundaria Nro. 13 de Berisso al finalizar el último de los seis talleres que llevaron adelante investigadores del Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores (CEPAVE, CONICET – UNLP) en ese establecimiento y en la Escuela Secundaria Nro. 4, distante a unas diez cuadras de allí.

Fue el último de los encuentros del programa “Mi hábitat: observando con lupa mi barrio” que los expertos comenzaron a desarrollar hace poco más de un mes con el objetivo de concientizar a los más jóvenes y a sus docentes y familiares, sobre la situación territorial y los riesgos que implica para la salud la presencia de basurales, roedores y parásitos, e impulsarlos a generar acciones que mejoren su calidad de vida.

“Ustedes son los multiplicadores de esta información, los vehículos para que el barrio se empodere en pos de su mejoramiento. Y este compromiso que demostraron puede ser el inicio de algo realmente significativo”, les dijo María del Rosario Robles, investigadora del CONICET en el CEPAVE a los alumnos de segundo año de ambos establecimientos.

Los talleres versaron sobre qué son los parásitos y roedores; cómo son sus ciclos de vida; dónde se encuentran; quiénes son sus potenciales hospedadores; qué riesgo implican para la salud humana y los animales domésticos, y cuáles son las posibles medidas preventivas.

Por otra parte, los chicos recibieron información acerca de las distintas carreras que pueden cursar en la universidad y cuál es el rol que los investigadores, y los biólogos en particular, cumplen en la sociedad. “Es todo un cambio que ellos conozcan esto. Como lo es que hayan aprendido a hacer una huerta, y que eso implica reducir la basura y reutilizarla, consumir lo que se produce y hacer cosas para ayudar a los demás”, expresó Arpone.

En ese sentido, los investigadores fueron acompañados por representantes del Centro Comunitario “Oñondivepá” que funciona en el barrio y que desde hace un año cuenta con una huerta popular orgánica – los alumnos la visitaron en el marco de uno de los talleres - en la que trabajan unas 20 personas. Ese espacio recicla actualmente unos 3 mil kilos de basura por mes, “lo que equivale a medio camión recolector de basura”, según graficó Bruno Fitte, becario del CONICET en el CEPAVE.

“Quiere decir que, en un año, se evita que unos seis camiones de residuos lleguen a los rellenos sanitarios habituales. Y además, que esos desechos se transformen en tierra útil para producir alimentos para un comedor que funciona en el centro y que recibe a 85 chicos”, contó.

Una de las herramientas que utilizó el grupo de profesionales a lo largo de los talleres fue una aplicación digital denominada ‘Mi hábitat’, diseñada por el investigador del CONICET en el Instituto de Limnología “Dr. Raúl A. Ringuelet” de La Plata (ILPLA, CONICET – UNLP) Joaquín Cochero, quien ya había desarrollado anteriormente otras plataformas de ciencia ciudadana, esto es, el trabajo colaborativo entre el ámbito de la investigación y la comunidad en general en actividades de índole científica.

Así, los chicos se agruparon en equipos de trabajo y a lo largo de 15 días  fueron documentando en imágenes los diferentes espacios de su barrio. “La mayoría subió fotos de basurales, compuestos principalmente por botellas plásticas y restos de alimentos. Y ya saben que pueden hacer algo con eso: el plástico puede ser reutilizado y la comida es útil en la huerta orgánica”, dijo Fitte.

En efecto, los impulsores de la huerta del barrio les brindaron nociones sobre los distintos caminos alternativos que puede tomar la basura, y en el último taller los chicos contaron sus producciones: algunos hicieron su propio compost (abono natural obtenido a partir de restos orgánicos) y otros armaron maceteros colgantes con botellas plásticas recicladas.

“Lo que hicimos, con el compromiso de padres y docentes, fue poner un voto de confianza en las generaciones más jóvenes e incentivarlas a accionar para cambiar su propio hábitat. En ese sentido, las nuevas tecnologías son útiles y necesarias, y la app que usamos viene a aportar a eso. Es parte de toda una serie de metodologías novedosas para llevar a las escuelas y hacer participar a los alumnos en diferentes iniciativas relacionadas con la mejora del ambiente que los rodea”, subrayó Robles.