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DERECHOS HUMANOS
El científico que conoció el infierno
Fernando Alvira es investigador del CONICET. Tenía 9 meses en 1977 cuando una patota del Ejército lo secuestró junto a sus padres y su tía
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“La elección de mi carrera no fue casual. Yo lo relaciono con mi historia personal. Si bien siempre supe que soy hijo de desaparecidos, de parte de mis abuelos hubo mucho silencio en torno a eso. Consciente o inconscientemente terminé eligiendo una disciplina científica. En la ciencia para avanzar tenés que hacerte preguntas todo el tiempo”, dice Fernando Alvira, doctor en química e investigador del CONICET en el Centro de Investigaciones Ópticas (CIOp, CONICET – UNLP).
Hace años que Alvira se hace preguntas. Desde su llegada a La Plata en 2004, incentivado por su esposa, Daniela Cardozo, y su director de tesis, Gabriel Bilmes, empezó a armar el rompecabezas que le permitiera reconstruir cómo eran sus padres y qué pasó con ellos. “Mis abuelos paternos, con los que me crié, manejaron esa situación tan terrible de la manera en que pudieron. Me contestaban si yo preguntaba algo, pero nunca fui inducido a indagar sobre mis viejos”.
De a poco fueron apareciendo las respuestas. Supo que sus padres, María Cristina Alvira y Horacio Martínez, ambos santafesinos, se habían conocido en la Universidad Nacional del Litoral, donde empezaron a compartir los sueños y la militancia. Ella estudiaba química y él abogacía, hasta que fueron expulsados por cuestiones políticas.
En 1975, la situación en Santa Fe se había puesto complicada y la pareja decidió mudarse un tiempo a San Nicolás, Buenos Aires. En agosto de 1976, nació Fernando. La dictadura se había instalado unos mese antes. “En base a lo que fui averiguando con sus vecinos y compañeros, para ese entonces ellos llevaban una vida normal. Mi viejo laburaba y mi vieja se encargaba del bebé y la casa. Pero mantenían su militancia, iban a las fábricas, hablaban con la gente”.
Los primeros meses del bebé fueron una revolución. Era el primer nieto de las dos familias y, en aquellos tiempos en los que no existía Internet, no había celulares y poca gente contaba con telefonía fija, a su casa llovían cartas y visitas.
A fines de abril de 1977, su abuela materna y su tía Raquel visitaron por unos días a los Martínez - Alvira. Su abuela volvió a Colonia San Roque, al norte de Santa Fe, donde vivía. Su tía se quedó. “El 5 de mayo irrumpió en la casa una patota del Ejército y nos secuestró a los cuatro. A mis papás y mi tía se los llevaron en un camión celular y a mí me dejaron en la casa de un vecino”.
Nunca más volvió a verlos. El bebé estuvo unos días con el vecino hasta que, por presiones del Ejército, el hombre lo llevó a un orfanato. “Mis abuelos maternos se enteraron de nuestro secuestro muchos días después. Cuando les llegó la noticia viajaron para saber qué había pasado. Consiguieron dar con un militar que les indicó dónde estaba yo. Me fueron a buscar, pero para poder retirarme les hicieron firmar un papel en el que decía que mis viejos eran dos delincuentes subversivos que me habían dejado abandonado”.
“En el trayecto del batallón al orfanato los acompañó el capellán del Ejército Miguel Regueiro quien en todo momento los presionaba para que digan que mis viejos eran dos delincuentes. Una situación totalmente perversa. Sólo así pudieron recuperarme”.
A partir de allí, Alvira se crió con sus abuelos paternos en Santa Fe. “Lo que se creía en esa época era que todos los presos políticos en algún momento iban a ser ‘blanqueados’ y alojados en cárceles comunes”, cuenta. “La fantasía era que, como en la capital había una cárcel y cerquita, en Coronda, otra, había más posibilidades de que pudieran caer ahí. Obviamente eso nunca pasó”.
Y así pasaron los años. Vacaciones en el campo con los padres de su mamá. La licenciatura en química en Santa Fe. El viaje a La Plata. El doctorado en el CIOp. Las preguntas.
“Hay un puñadito de cosas que uno quiere”, expresa. “Lo primero, lo ideal, es que hubiese querido tenerlos. Con el tiempo te vas haciendo a la idea de lo que ocurrió. Lo que sigue es saber quiénes fueron los culpables y que paguen por ello. Eso ya pasó, por suerte”. En efecto, Alvira se refiere al juicio que se realizó en el Tribunal Oral Federal Nro. 2 de Rosario en 2012 y que terminó en diciembre de ese año con la condena de Manuel Saint Amant, ex jefe del área 132 del Comando del Primer Cuerpo del Ejército, y otros responsables de la desaparición de su familia.
“Lo que sigue es saber dónde están, y eso también está pasando”
El 26 de agosto de 2014 no fue un día más en su vida-historia-lucha. Fue cuando recibió un llamado del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para informarle “lo que habían encontrado”.
Y lo que habían encontrado eran dos cosas. Por un lado, la carpeta de una causa de las miles que iniciaban los genocidas para “legalizar” enfrentamientos fraguados. “Ellos armaban los sumarios, declaraban quiénes eran los supuestos culpables, cerraban la carpeta y listo. Tema archivado”. Ese material se investiga actualmente en el juzgado del juez Daniel Rafecas. En esa carpeta, referida a un enfrentamiento en la vía pública en la Capital Federal, había un NN de sexo femenino y una huella digital.
El EAAF tenía, por otro lado y gracias a un convenio con el Ministerio de Seguridad de la Nación, la base de datos con las huellas digitales de todos quienes alguna vez tramitaron un DNI. Cruzar los datos fue lo más complejo. Pero el resultado fue exitoso. Esa NN que, según la dictadura, había protagonizado el enfrentamiento armado era María Cristina Alvira. “Nosotros pudimos reconstruir que, desde el secuestro y hasta fines de mayo de 1977, mi mamá pasó por distintos centros clandestinos de San Nicolás. El tiroteo fraguado por los milicos fue el 2 de junio”.
“Donde ellos quisieron poner sombra y muerte apareció la vida, la luz”
El 2 de junio es el día en el que los militares mataron a su mamá. Muchos años después, el mismo día, Alvira vio nacer a su hijo menor. “Donde ellos quisieron poner sombra y muerte apareció la vida, la luz”, sentencia.
No es la única casualidad impactante: “En base a las investigaciones que se realizaron, se sospecha que antes de ese falso tiroteo, mi mamá pasó por el centro clandestino de detención El Atlético. En ese mismo lugar yo estuve años atrás, en 2007 o 2008, cuando nos convocó un restaurador dedicado a convertir esos sitios en espacios de la memoria. Él nos llamó para ver si desde el CIOp podíamos hacer algo para recuperar, mediante el uso de láseres u otros procedimientos ópticos, los mensajes que los detenidos escribían en las paredes y que estaban tapados con varias capas de pintura. Iluminamos, tomamos fotos, procesamos imágenes. El trabajo tuvo relativo éxito, pero yo estuve ahí, donde estuvo secuestrada mi mamá”.
Círculo completo
A mediados de 2015, el caso de María Cristina Alvira se convirtió en lo que desde el EAAF describen como el “primer caso en el que se cierra el círculo completo”, esto es, se completó el circuito de identificación: una desaparecida que es identificada, se sabe dónde está, qué día murió y cómo. Y con todas las certezas, la partida de defunción de una NN fallecida el 2 de junio de 1977, fue rectificada por el Registro Nacional de las Personas y lleva ahora su nombre.
“El cuerpo de mi mamá está en el cementerio de la Chacarita. Estuvo hasta 1982 en una fosa común y como nunca nadie reclamó el cuerpo, ese año la pasaron al osario. Una de las cosas muy perversas con las que uno tuvo que convivir es la imposibilidad de hacer el duelo sin saber dónde están. Ahora tengo una certeza con ella, faltan mi papá y mi tía. No pierdo la esperanza”.