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CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES
Cometas: testigos de la primera hora
Compuestos por hielo, son residuos de la formación del Sistema Solar. Científicos del CONICET explican por qué sirve que pasen cerca
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La imagen de un cometa es bien conocida: por fotos o videos, a simple vista o con telescopio en el caso de los más afortunados, es fácil identificar ese punto brillante en movimiento seguido de una estela luminosa. Pero reconocer la famosa figura no implica saber qué son estos cuerpos celestes cuyo paso por el cielo se espera siempre con desbordante ansiedad. “Tienen tamaños típicos de 1 a 3 kilómetros. Se los localiza cuando se acercan al Sol, esto es, a unas dos o tres unidades astronómicas (UA), medida de longitud que equivale a la distancia con la Tierra. Si están lejos, ni siquiera se los detecta”, explica Romina Di Sisto, investigadora adjunta del CONICET en el Instituto de Astrofísica de La Plata (IALP, CONICET-UNLP).
Es precisamente allí que radica la importancia de que se aproxime a nuestro planeta: permite a los científicos hacer observaciones y estudiar su dinámica, cómo se mueve y por dónde, cuál es su forma y constitución, entre otros. “Hay dos tipos de cometas en cuanto a su periodicidad: los que pasan cerca una sola vez y no vuelven, y los que se acercan cada cierto lapso. Mientras que los primeros y los de largo período, es decir que aparecen con una frecuencia mayor a 200 años, provienen de una esfera que rodea al Sol ubicada a unas 10 mil UA llamada nube de Oort, la fuente de los que circulan cada menos tiempo es la zona transneptuniana, la región más allá de Neptuno”, explica Di Sisto, y agrega: “Todo depende de la velocidad con que circulen: si lo hacen muy rápido escapan al campo gravitatorio solar y siguen de largo, en cambio los más lentos quedan atrapados en una órbita cerrada”.
Composición de dos secuencias de imágenes del Cometa C/2014 Q2 Lovejoy tomadas por la cátedra de Astronomía Observacional de la UNLP en 2014 con el Telescopio de 2.15 mts ``Jorge Sahade'' del CASLEO, San Juan Argentina. Se aprecia el movimiento del cometa respecto de las estrellas y su nucleo rodeado por la coma o cabellera.
Otro aspecto importante es su composición: más allá del fogonazo que aparenta la cola, en verdad los cometas son cuerpos congelados que van perdiendo material –es decir, hielo y polvo- al pasar cerca del Sol. Si bien todos lo hacen, producto de la distancia es prácticamente excepcional poder apreciar ese fenómeno desde aquí. Para estudiar de qué están hechos se los observa con telescopios, pero además existen herramientas de observación directa, como las sondas. El caso de Rosetta, de la Agencia Espacial Europea, es quizá uno de los más conocidos: en septiembre de 2016 se apagó luego de aterrizar sobre el cometa 67P, al que venía fotografiando desde hacía años. “Son misiones complicadas porque se trata de objetos chicos, casi sin gravedad, irregulares, que rotan y además se están desarmando”, apunta Benvenuto. También, para analizar el interior se han realizado experiencias de lanzamiento de un proyectil para que impacte en la superficie y poder así examinar sus fragmentos.
Poco más de 800 son los cometas conocidos, de los cuales quedan unos 300 aún por “bautizar”. Se los designa con un número que responde al orden de aparición, acompañado de la letra P en caso de los periódicos y la C para los que no lo son. También llevan el nombre de su descubridor, o bien uno consensuado por la Unión Astronómica Internacional (IAU, por sus siglas en inglés), que no puede tener connotaciones políticas o religiosas. Cada año ingresan a la zona de los planetas un promedio de cincuenta objetos de este tipo, y 2017 no será la excepción. Los astrónomos reciben circulares con la información y seguimiento de los que se aproximan, para analizar los aspectos que les interesen de cada uno. “Son las rocas primitivas; están allí desde el origen del Sistema Solar y por eso su acercamiento se aprovecha siempre, para estudiarlos de todas las maneras posibles”, coinciden los expertos.
Cometas emblemáticos
Halley: es el más famoso de todos y orbita alrededor del Sol cada 76 años. Su nombre oficial es 1P/Halley y fue descripto por el astrónomo británico Edmund Halley en 1705, luego de concluir que debía tratarse del mismo cuerpo celeste observado en 1531, 1607 y 1682. Predijo exitosamente su regreso para 1757 -aunque en verdad sucedió al año siguiente- pero no llegó a verlo ya que había fallecido 15 años antes.
Encke: es el segundo después del Halley; su designación es 2P/Encke. Tiene una órbita pequeña que se encuentra dentro de la de Júpiter, el planeta más grande el Sistema Solar. No se conoce el origen de este cometa, pero se ha calculado que pasa cada tres años y medio. Durante todo su recorrido sublima material, es decir va perdiendo hielos de agua, aún estando tan lejos del Sol.
Shoemaker-Levy 9: en 1992, al pasar cerca de Júpiter, la fuerza de marea ejerció tanta presión que lo hizo estallar en veinte fragmentos que, dos años más tarde, se estrellaron contra ese planeta. El daño ocasionado por el impacto se pudo observar claramente desde la Tierra en forma de machas negras que permanecieron durante varios meses.
Por Mercedes Benialgo
Sobre investigación:
Romina Di Sisto. Investigadora adjunta. IALP.
Omar G. Benvenuto. Investigador principal, CICPBA. IALP.